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Sorpresas en la Noche

–Después de 42 años de casados –dijo ella–, creo que estarás de acuerdo con la conclusión a que he llegado.

–¿Cuál?

–Que no nos conocemos nada. Que tu profundidad me es inaccesible. Que mi profundidad te es inaccesible.

–Yo no lo pondría en esas palabras.

–Jamás me hubiera imaginado que tú serías capaz de hacerme eso. Cuando anoche me enteré, no supe qué decir ... y pensar que todos estos años ... Claro, una al principio se dice: mientras él me sorprenda excelente, el día que se acabe su misterio y deje de sorprenderme se acabará mi amor. Pero luego una descubre que eso es retórica, porque sólo quiere un tipo de sorpresas, las agradables, las que renuevan la fe en el amor y en la vida. Y mejor, luego de un tiempo, si ya no hay más sorpresas, si se puede confinar al otro en lo previsible, si ninguno de sus actos es capaz de desestabilizar su mundo, el mundo de los dos. Por eso, cuando anoche me enteré, no supe qué decir...

–No era necesario que dijeras algo. No hay nada que decir. Lo hecho hecho está.

–Pero al menos aceptas una cosa: que tú tampoco me conoces nada.

–Yo no lo pondría en esos términos. Me imagino que algo te conozco: 42 años, después de todo, no pasan en vano.

–¿Conoces mi temperamento? ¿Conoces mis reacciones? Mira mi rostro, mira fijamente mis ojos ... Ahora dime: ¿qué pienso hacer? O, para ser más exactos, ¿qué es lo que he hecho ya?

–¿Qué es lo que has hecho ya?

–No tienes la más mínima idea. Mira mis ojos: ¿quién soy yo?

–Vaya pregunta ... No entiendo a dónde quieres llegar.

–¿Quién eres tú? No lo sé. ¿Quién soy yo? ¿Quién soy yo?

–Tranquilízate, por favor.

–Seguro que sí. Y te voy a aclarar las cosas, porque te veo perdido. ¿No le sentiste al vino un sabor extraño, semiamargo? Ahora, la pregunta: ese sabor extraño, ¿se debe al vino mismo, o a algún agregado que yo incluí sólo en tu vaso, o a algo que incluí en la botella y que por lo tanto yo también sentí?

–No puedes estar hablando en se—

–Deberé advertirte que si no encuentras una respuesta pronto, antes de las diez, la respuesta te encontrará a ti.

Él, con expresión asustada, miró su reloj: faltaban nueve minutos para las diez.

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